El hombre es un animal a dos patas hasta que se demuestre lo contrario. Y, para colmo, es un animal egoísta, caprichoso y parasitario. Si al nacer nos dejaran sueltos en una selva con agua y comida para sobrevivir, estoy segura de que al crecer no tendríamos nada que ver ni con el bueno de Tarzán ni con el niño de la selva. Seríamos más bien una especie de hiena erguida, sanguinarios y traicioneros. ¿Exagero? A lo mejor, pero yo es que soy de la escuela de Hobbes.
El caso es que los seres humanos nos comportamos porque es necesario para nuestra propia supervivencia. Necesitamos llevarnos bien con el de enfrente no sea que le necesitemos y no sea que nos mate. Por eso existen las civilizaciones y por eso las reglas de éstas.
Hace unos días, Jerónimo Saavedra, actual alcalde de Las Palmas de Gran Canaria y exministro del último coletazo felipista, comentaba en una rueda de prensa que esta ciudad necesita más que ninguna la asignatura de Educación para la Ciudadanía, criticando así la decisión del Gobierno de Canarias de que esta asignatura no se imparta en las islas.
Yo no creo que Las Palmas de Gran Canaria sea precisamente una ciudad especialmente necesitada de civismo ciudadano. En realidad creo que, en comparación con otras ciudades de España, ésta es una ciudad bastante civilizadita. Pero, aún así, comparto el cabreo del alcalde porque el Gobierno de Canarias vete la asignatura en el Archipiélago.
Y es que, el motivo de tal decisión, por mucho que inventen, es político. La alianza PP-CC ha tenido que seguir los mandatos del PP central. Unos mandatos y una decisión que, a mi juicio, poco tiene que ver con las convicciones ideológicas del partido y más con la batalla por desestabilizar al Gobierno nacional a base de confundir a la gente.
De la bendita asignatura Educación para la Ciudadanía se ha dicho de todo. Desde que iban a enseñar a los niños a tener relaciones sexuales hasta que va en contra de los dogmas de la religión católica.
Por lo que he podido informarme hasta ahora, la materia en realidad trata de aunar lo que han sido hasta ahora las clases de ética con nociones básicas de derecho constitucional y de cultura general sobre democracia y civismo. Mezcla que, sinceramente, me parece muy apropiada y necesaria en la sociedad que vivimos.
Hace algunas semanas, en una de estas conversaciones que se tienen entre copa y copa con los amigos, comentábamos que resulta realmente impresionante como las generaciones nacidas tan sólo unos cinco o seis años después de la nuestra (los muchachitos de los ochenta) no tienen la menor idea de cómo funciona el gobierno, por qué hay qué votar, qué votan en cada momento o para qué sirve.
Hoy por hoy, preguntar a un chaval de entre 18 y 22 años la diferencia entre el Senado y el Congreso puede dejarlos estupefactos. No tienen la menor idea. Igual que no conocen cuales son sus derechos básicos o sus deberes. Y, claro, así vamos.
He podido leer en algunos foros y artículos de opinión voces que consideran que esta ignorancia se debe a que tenemos una democracia muy joven. No les quito razón en que la democracia es joven. Pero, sí recuerdo que mis padres, por el simple hecho de lo que les costó conseguirlo, saben a la perfección los pormenores que rodean a la democracia y, al menos a los niños de mi quinta, no dudaron en contárnoslos con pelos y señales.
El problema son los que han venido después. Hijos de padres que ya no vivieron tanto esa época mágica de la transición, de padres que se ven más metidos en el sistema de trabajar a destajo para sobrevivir en el que se ha hundido el país desde hace algunos años y que tienen menos tiempo para dedicarse a contarles batallitas políticas a sus hijos.
Y para sustituir esas batallitas, en el sistema educativo hasta ahora no ha habido nada. Hasta que el PSOE lo ha propuesto. No por merito propio, claro que no, sino siguiendo los modelos que ya se habían instaurado en Europa en este campo.
Y yo me pregunto, ¿dónde está el problema?
Me leo los contenidos y criterios de evaluación que se han establecido sobre la materia y ¡eureka! Con la iglesia hemos topado.
Bloque 2. Relaciones interpersonales y participación
- Autonomía personal y relaciones interpersonales. Afectos y emociones.
- Las relaciones humanas: relaciones entre hombres y mujeres y relaciones intergeneracionales. La familia en el marco de la Constitución española. El desarrollo de actitudes no violentas en la convivencia diaria.
- Cuidado de las personas dependientes. Ayuda a compañeros o personas y colectivos en situación desfavorecida.
- Valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales racistas, xenófobos, antisemitas, sexistas y homófobos.
- La participación en el centro educativo y en actividades sociales que contribuyan a posibilitar una sociedad justa y solidaria.
Ese es el punto negro de la bendita asignatura. El punto en el que se mete con las relaciones entre hombres y mujeres o trabaja en contra de las actitudes homófobas. Y claro, ¿cómo puede el Partido Popular, con los apoyos que recibe de la iglesia, acceder a una asignatura que incluya este tipo de materias?. Aunque dichas materias no vayan en contra de moral alguna (al menos de moral justificable alguna) y, por supuesto, aunque existan cuatro bloques más en la asignatura que tratan materias tan importantes como los derechos y deberes de los ciudadanos o el significado y funcionamiento del estado de derecho.
Llegados a este punto, me reafirmo en lo que he dicho siempre, no me caso con grupo político alguno, pero no puedo evitar darme cuenta, como se dan cuenta muchos de esos amigos míos de los ochenta, de cervezas y charlas profundas, de que la polarización de la derecha en España está perjudicando gravemente a la democracia y, sobre todo, al progreso de estos animales de dos patas hacia la condición de ciudadanos de mente lúcida.